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«Confieso que hasta que no leí Una educación sexual no entendí a esas mujeres que lloran y ríen, al unísono, de gozo, mientras son templadas (folladas); lo mismo sucede con Juan Abreu, uno empieza a leerlo y termina llorando y riendo de puro placer, siendo “leída” por él, como si leyéndolo él consiguiera templarnos la mente, penetrar en ella y hacernos el mayor cráneo masturbatorio jamás imaginado. Una educación sexual, además, me condujo nuevamente a la relectura de Gustave Flaubert, y La educación sentimental. Entre ambos hay una “liason” misteriosa (palabra tan mal manoseada últimamente) que nos afirma que …
«Confieso que hasta que no leí Una educación sexual no entendí a esas mujeres que lloran y ríen, al unísono, de gozo, mientras son templadas (folladas); lo mismo sucede con Juan Abreu, uno empieza a leerlo y termina llorando y riendo de puro placer, siendo “leída” por él, como si leyéndolo él consiguiera templarnos la mente, penetrar en ella y hacernos el mayor cráneo masturbatorio jamás imaginado. Una educación sexual, además, me condujo nuevamente a la relectura de Gustave Flaubert, y La educación sentimental. Entre ambos hay una “liason” misteriosa (palabra tan mal manoseada últimamente) que nos afirma que sin sentimientos no hay, desde luego, amor y, quizás pasión, pero tampoco, y mucho menos, hay deseo y sexo. Que es de lo que se trata la vida.» Zoé Valdés.
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