Y entonces, con un chapoteo sordo, aterrador, un ser marino emergió de entre las olas. Su forma se asemejaba a la de un perro, pero también podría ser la de un hombre o la de algo aún más extraño. No pareció verme -o no le importó- nadó como un pez bajo la luz de las estrallas hasta que se sumergió de nuevo en las aguas. Al poco volvió a aparecer y, al estar más cerca, vi que llevaba algo sobre los hombros. También me di cuenta de que no podía tratarse de un animal, sino que era un hombre, o algo parécido a un hombre... Pero nadaba con una facilidad espantosa.
Las narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe, el novelista norteamericano nacido en Boston el 19 de enero de 1809 y desaparecido en Baltimore el 7 de octubre de 1849, constituyen la parte más conocida de su obra. El cine y la televisión han explotado, no siempre con fortuna, lo que en Poe hay de misterioso y hasta terrorífico, dejando de lado la intensidad, el pulso y ese acento de campana gigantesca que suponen los valores primordiales de una obra concentrada y personalísima, en la cual lo humano se eleva por caminos pavorosos a tensiones muy superiores a su contenido melodramático. …
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